Resumen y comentarios de un cursante sobre el módulo 2 del Diplomado en Logoterapia en línea – José Luis Iso
Por: José Luis Iso
1.- Interrogantes de la vida hacia el sentido
El filósofo español Francesc Torralba inicia su libro ”El sentido de la vida” con una alegoría que nos habla de un viaje en tren. Es un tren muy largo que marcha a toda velocidad. No recuerdo cuándo subí a él ni sé cuándo lo abandonaré. Se abrirá la puerta, me obligarán a descender en el andén y ya no subiré más a él.
Hay muchos pasajeros, todo está abarrotado. La gente va de un lado para otro llevando paquetes en sus manos.
Todos me resultan desconocidos, y tampoco sé cuándo subieron y cuándo volverán a bajar, pero todos vamos en el mismo tren. El personal se va renovando, ahora hay personas que antes no estaban, y muchos que antes estaban ya no lo están, ni estarán nunca más.
El tren va tan rápido que no deja tiempo para fijar nuestra mirada en los paisajes, ni en las casas de los pueblos y ciudades.
Da la impresión que todos los pasajeros tienen mucho trabajo y hay una actividad frenética. Muchos van yendo y viniendo por los pasillos, recorriendo todo el tren, Otros están sentados, leen, o duermen, o comen.
De pronto el tren se detiene y por los altavoces de la estación dicen mi nombre y tengo que bajar al andén. Me despido con pena de los que he conocido y de las personas con quienes más he tratado y abandono el tren llorando amargamente. Todo se ha terminado. Me encuentro solo en una estación solitaria y siento mucho miedo. (Resumido de F. Torralba, El sentido de la vida, ed. CEAC)
Hasta aquí la alegoría del viaje en tren. Es una alegoría que nos ayuda a preguntarnos a fondo por la realidad de la vida. De buenas a primeras, sin yo pedirlo, me encuentro arrojado a la vida. ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Quién soy en realidad? ¿Quién me ha metido en este tren de la vida? ¿Por qué va tan rápido? ¿Quiénes son y para qué viajan todos los demás?
¿Para qué estoy aquí y cuál es mi cometido -si es que hay alguno- en la vida? ¿Qué sentido tiene este ritmo tan rápido y estresante que estamos viviendo? Ni siquiera me da tiempo para conocer y gozar de las cosas hermosas que ofrece la vida: los paisajes, los bosques, el mar, el cielo estrellado, las cumbres de las montañas, el atardecer o el amanecer, escuchar las melodías de la música, relacionarme a fondo con quienes convivo… Sé que, como les sucede a otros muchos, también tendré que bajar, pero no sé ni dónde ni cuándo, ni en qué estación, ni sé qué será de mí. ¿Todo terminará en la nada? Si es así, me surge la misma pregunta que se hizo el niño Viktor Frankl hace muchos años: ¿Qué sentido tiene la vida? ¿Dónde estaba yo-si es que estaba en algún lugar- antes de subir a este tren? Y después de todo este recorrido ¿seguiré existiendo?
Son muchísimos los interrogantes que surgen en búsqueda de algo y de Alguien que dé sentido a todo esto. Al detenerme y contemplar la maravilla de la vida tan variada en plantas, animales, personas, y al contemplar las maravillas de la naturaleza y del cosmos, intuyo que toda esta grandeza no puede existir por pura casualidad, y que todo esto tiene que tener una finalidad y un sentido. Pero ¿qué sentido y para qué?
– Para Sartre, la vida no tiene sentido, es cada persona en concreto quien tiene que darle sentido. “La existencia es angustiosa inseguridad” “El hombre nace libre, responsable y sin excusas”. “No perdamos nada de nuestro tiempo; quizá los hubo más bellos, pero éste es el nuestro”. “Un hombre no es otra cosas que lo que hace de sí mismo”. Somos responsables: somos lo que hacemos con lo que hicieron de nosotros”.
– Voltaire: “Todo es igual al fin de la jornada, y todo es más igual al final de todas las jornadas”
– Camus: “No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no la pena de ser vivida es cuestión fundamental de la filosofía” (El mito de Sísifo)
– No todos los que no encuentran sentido se suicidan. Prefieren seguir viviendo metidos en la corriente del trajín que nos envuelve: el final ya llegará por sí mismo, no hay que adelantarlo ni tomar otras posturas. En esta postura podemos considerar a Manuel Machado: “Que la vida se tome la pena de matarme, ya que yo no me tomo la pena de vivir” (Alma)
– Para otros filósofos del el siglo XX el absurdo es el signo de lucidez y del progresismo.
– Quizá la mayoría de la gente no se plantea la cuestión del por qué y el para qué de la vida. Son de la idea de que no merece la pena plantearlo. No quieren ni siquiera preguntárselo. En el fondo esta postura es una evasión ante el temor de que la respuesta comprometa demasiado nuestro estilo de vivir la vida en la actualidad.
La pregunta sobre el sentido de la vida es la cuestión más esencial que la vida misma nos plantea. Queramos o no, es el interrogante que nos presenta la voz de nuestro propio interior, ahogada por el miedo y la cobardía o la comodidad. Esta postura nos reduce a ser una simple cosa, un objeto arrastrado por las corrientes de la pura superficialidad como pueden ser el consumo, la moda o tantas otras cosas con que la sociedad nos distrae con frecuencia.
2.- Síntomas
Hablando hace ya un tiempo con un prestigioso psiquiatra, director de una clínica psiquiatra de Pamplona, España, me decía que hay cada vez más personas que van a dicho centro buscando la solución a sus problemas. Y después de los coloquios y tratamientos respectivos, se concluye que la persona no está enferma, y que no encuentran ni medicación ni recursos clínicos para ayudarla. Los síntomas son desgana, desilusión, cansancio ante la vida, tristeza, hastío, pocas ganas de vivir, sin sentido de lo que es y de lo que hace. .. No se trata de las clásicas neurosis, sino de algo profundo y más espiritual que corporal y psicológico.
Las personas que acuden son de toda edad, no son sólo personas adultas, sino que cada vez acuden más jóvenes buscando remedio a su sufrimiento. Tampoco son necesariamente personas de clases sociales pobres o faltas de cultura, sino que son más los que económica, cultural y socialmente tienen aseguradas sus vidas. Es más, también comienzan a presentar estos síntomas un número más creciente de niños. Pueden tener de todo, pero les falta lo más esencial: un qué para vivir, una meta, algo que les dé una ilusión y un sentido para vivir.
Ya Víctor Frankl detectó estos síntomas en la juventud vienesa, recién terminada la guerra europea. Y para su tratamiento creó e impulsó centros de ayuda para ellos. Entregó toda su vida en ayuda para que las personas descubrieran un significado o un sentido por realizar, sentido que les llenase de significado y de motivación de tal modo que mereciese dedicar su vida como objetivo principal a realizar. Y encontró el camino no en el urgar y urgar en el interior de la persona analizando los años de nuestra infancia y de la vida pasada, sino que “el hombre puede realizarse sólo en la medida en que logra la plenitud de un sentido fuera, en el mundo, no dentro de sí mismo” (V. Frankl, “La voluntad de sentido”) Como dirá también él mismo citando a Kierkegaard, “las puertas de la felicidad se abren hacia fuera”. Es necesario romper el individualismo egoísta y narcisista y salir hacia el encuentro de los valores creativos, entregarse a una tarea noble, amar a una persona y buscar para encontrar al Ser Trascendente. En el mismo libro nos dice: “Así como un bumerang vuelve únicamente al cazador que lo arroja cuando no alcanzó su objetivo, así el hombre se vuelca hacia sí mismo, se ocupa de su propia interpretación, cuando ha fracasado en su búsqueda de sentido… El hombre apunta por encima de sí mismo hacia algo que no es él mismo, hacia algo o alguien, hacia un sentido cuya plenitud hay que lograr o hacia un semejante con quien uno se encuentra”. (Ibidem)
A este respecto Abraham Maslow, exponente representativo de la autorrealización afirma: “Según mi propia experiencia, estoy de acuerdo con Frankl en que las personas que buscan la autorrealización directamente, separada de una misión en la vida, de hecho no a logran” (Ibidem) Lo mismo sucede con nuestra identidad: si perdemos de vista nuestra misión, también perdemos nuestra identidad. Mientras los judíos se entregaban devotamente a sus deberes religiosos, poseían su identidad. Pero debieron luchar por mantener esa identidad, cuando se fueron secularizando, y, en vista de la pérdida de identidad religiosa, la identidad sólo pudo ser nacional” (Ibidem, cita)
El hombre necesita ideales y valores por los cuales vivir. La esencia de la existencia, según Frankl, consiste en auto-trascender, salir de sí, abrirse libremente a las diversas situaciones de la vida y responder con responsabilidad a lo que la vida le ofrece y le pide, descubriendo y realizando los valores que cada situación encierra. Es libre para ello, puede responder buscando la propia comodidad y placer, y puede responder según la conciencia le ilumine y le dicte, aunque esto le suponga sacrificio, esfuerzo y negación de su propia comodidad o bienestar material. Puede quedarse en el polo de su propio bienestar presente o puede decidirse por el polo de los valores e ideales que la vida le ofrece en la situación concreta que en que vive. Es decir, puede elegir entre el placer del momento (homeostasis freudiana) o lo que es en la realidad, o puede decidirse y elegir lo que está llamado y debe llegar a ser (trascender).
3.- Sentido
El hombre es un ser único llamado a descubrir el sentido único e intrasferible, distinto para cada ser único. Y cada situación lleva su propio sentido, es decir, el sentido es diverso en cada situación también diversa. No hay un sentido universal de la vida, sino que existen sentidos singulares de las situaciones individuales. Y no olvidemos que también existen otras situaciones que tienen características similares y comunes, por lo que también hay sentidos comunes compartidos por personas de la misma sociedad, incluso a lo largo de la historia. Estos últimos son propios no sólo de personas singulares, sino propios de toda la condición humana: estos sentidos son los valores.
Nadie puede darme el sentido, sino que soy yo quien debo encontrarlo y realizarlo responsablemente. Por eso la labor terapéutica no consiste en enseñar y proporcionar su sentido al individuo, sino en ayudarle y acompañarle a que sea él quien lo busque y lo encuentre. El logoterapeuta no dice al cliente lo que tiene que hacer, ni cómo tiene que hacer, ni debe imponerle los valores a realizar, sino que crea el clima y condiciones positivas para que sea el cliente mismo quien lo descubra.
Todos los seres tenemos un órgano capaz de iluminarnos en el camino a seguir, este órgano es la conciencia, que con su capacidad de intuición nos indica y señala la respuesta adecuada en cada situación. Descubrimos el sentido por medio de nuestra conciencia eligiendo en cada situación lo que resulta más valioso para nosotros, es decir, por medio de los valores personales. Son los valores quienes nos construyen el sentido.
Joseph Fabry, “el sentido está en todas partes, pero se adquiere conciencia de ello solamente si se está en sintonía con él. Considera que el espíritu humano es nuestro instrumento para sintonizar con el sentido de la vida. Es necesario darse cuenta de que se posee un espíritu, de lo que éste contiene y de la forma de utilizarlo. El espíritu es la esencia del ser humano, un núcleo siempre sano, el área de la libertad”. (Fabry, Joseph. Señales del camino hacia el sentido. Eds LAG, México 2003)
Efrén Martínez describe así el sentido:”El sentido no es sólo dirección o meta, No es sólo sentimiento o emoción, pero si no me emociona, no es sentido. No es sólo lógica. No es sólo significado: es un significado personal pero es mucho más que una interpretación. No es sólo placer, aunque el sentido da un placer de gozo que se produce como efecto de alcanzar sentido”
Por eso su definición es: “El sentido es la percepción afectiva y cognitiva de valores que invitan a la persona a actuar de un modo u otro, ante una situación particular o la vida en general, dándole a la persona coherencia e identidad personal”. (Martínez Ortiz, Efrén, Buscando el sentido de la vida. Eds. Aquí y ahora, Bogotá 2009)
4.- Tipos de valores
Frankl distingue tres tipos de valores: creativos, experienciales y actitudinales. Son tres modos en los que podemos descubrir el sentido
– Los valores creativos se refieren a nuestras acciones. Como ejemplo clásico es el trabajador que pasa el día rompiendo piedras porque no tiene más remedio; o el trabajador que también está rompiendo piedras, pero lo hace pensando en el dinero a ganar para poder mantener a su familia; o el trabajador que también está rompiendo piedras, pero en este trabajo está ya gozando de la catedral que gracias a él y a sus compañeros está realizando. Este trabajo es lo que el trabajador crea y da al mundo.
– Los valores experienciales se realizan no tanto en lo que la persona está dando al mundo, sino lo que ella está tomando del mundo. No es lo mismo escuchar o componer música como quien escucha o compone una serie de sonidos o de ruidos; o componer o escuchar la misma música pero gozando de la melodía y sinfonía que le elevan al goce espiritual. Valores experienciales son también aquellos que se refieren a la experiencia de la relación con los demás, viviendo y experimentando la hermosura del compartir con otras personas, o viviendo la amistad, o viviendo y experimentando el amor hacia alguien. Y valores experienciales son también el descubrir el gozo que produce la contemplación de la naturaleza, o el gozo que me proporciona una obra de arte, en la que descubro no sólo unos colores o unas figuras, sino lo que trasciende la materialidad y nos eleva a la dimensión espiritual.
– Valores de actitud: hay situaciones límite que son definitivas y sin posibilidad de superación, como son la muerte de un ser querido, la enfermedad incurable y sin remedio, el fracaso total en mi actuación, las consecuencias irreparables de un accidente de tráfico, etc. Son en sí un destino que no se puede cambiar ni modificar.
Una misma situación de éstas se puede vivir con distintas actitudes. Unos las viven con desesperación, otros las viven con resignación, otros las viven como oportunidad de sentido. Es admirable contemplar un padre o una madre en el lecho de muerte, que aprovecha la ocasión no tanto para recibir el consuelo de sus seres queridos, sino, sobre todo, para ser él o ella quienes se dedican a consolarles a ellos, a darles las gracias por el regalo que ellos han sido para él o ella, o para ayudarles con sus palabras a que se mantengan siempre bien unidos…
Y es admirable la actitud de quien, como consecuencia de un accidente, ha quedado inválido, y se dedica a animar a quienes, como él, tienen que vivir en silla de ruedas. Es admirable el testimonio vivo de Viktor Frankl, que, en medio del horror y de las condiciones infrahumanas del campo de concentración nazi, se dedica a animar, acompañar, a curar y ayudar a superar las terribles condiciones de tantos que como él son víctimas inocentes de semejante brutalidad e injusticia. Lucha por ayudar a mantener la esperanza, en vez de caer en el pozo de la depresión o en el suicidio.
La vida tiene sentido siempre, sea cual sea la situación en la que se tiene que vivir. La vida siempre ofrece su sentido en cada momento y situación, aun en los momentos más trágicos e irreparables.
Los valores de actitud son los más heroicos y más nobles, pero esto no significa que haya que buscar el sufrimiento por el sufrimiento. Al contrario, habrá que hacer siempre todo lo posible y todo lo que está en nuestras manos por eliminarlo de nuestra vida y superarlo “por todos los medios y a cualquier costo”. Pero nos hemos de encontrar con situaciones irreparables e inmodificables. Nadie puede escapar de la muerte, pero lejos de desesperación, la logoterapia nos anima y conduce no sólo a aceptar la triste realidad, sino a convertirla en algo con sentido, algo significativo que eleva nuestra dignidad y que en muchísimos casos puede producir mucho bien en los demás.
Como dice Frankl, no nos llevaremos nada al otro mundo, pero siempre quedarán en este mundo las obras buenas que hayamos realizado, por sencillas y humildes que sean. Nadie las podrá cambiar. Ellas son como las columnas nobles que sostienen la historia misma. Ellas son un foco de luz que ilumina a los demás para caminar hacia el sentido de la vida y, en muchos casos, de la muerte. Nadie nos las podrá arrebatar.
Triada trágica
La logoterapia es un abordaje optimista de la vida. No es algo pesimista. El dolor es una parte de la “ triada trágica”. Las otras dos son la culpa y la muerte, y son algo real en nuestra vida. Nadie puede escapar de ellas. Todos hemos de sufrir en ciertos momentos, todos hemos de morir, y todos somos seres humanos y por lo tanto limitados: nos hemos equivocado muchas veces y seguiremos equivocándonos en el futuro. Por ello la culpa nos ha de acompañar en muchos momentos. Dependiendo de la actitud que pongamos ante estas situaciones trágicas, podemos convertirlas en oportunidades de realización y de éxito o logros significativos. O podemos convertirlas en motivo de desesperación e, incluso de suicidio. Cuanto más noble sea la actitud que adoptemos, más felices seremos.
Todos buscamos la felicidad, pero la felicidad, como la alegría, no las podemos comprar ni con todo el oro del mundo. Sólo se obtienen como consecuencia de la actitud noble que empleemos y del sentido que realicemos. Recordamos la frase de Nietzsche, tan citada por Frankl: “Quien tiene un qué para vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”.
Aquí, en España, podemos recordar dos personas distintas y dos actitudes diferentes ante la tragedia. Una fue Ramón Sampedro, que ante el dolor y la enfermedad irreparable de su tetraplegia, adoptó la solución del suicidio. Otra fue Luis Moya, sacerdote, quien también tetrapléjico como consecuencia de un accidente, solía repetir: “Soy multimillonario, sólo he perdido seis euros”. Esos seis euros significan: movimiento, brazos, piernas y todo su cuerpo. Son dos actitudes diferentes ante una misma realidad: parálisis corporal. Ramón Sampedro respondió con la desesperación y el suicidio, y Luis de Moya responde hasta con humor. Por cierto, que para Frankl el humor es una actitud muy valiosa empleada en logoterapia para superar tantas dificultades y problemas.
En la culpa la actitud que uno elige es una actitud ante sí mismo. Nadie puede cambiar el destino, pero sí podemos cambiarnos a nosotros mismos. Todos podemos superarnos, madurar y realizarnos a nosotros mismos. Podemos sentirnos culpables y podemos al mismo tiempo vivir con la responsabilidad de superación de la culpa. Es decir, podemos adoptar la actitud de trabajar por cambiar y de realizarnos como personas auténticas.
También en las cárceles encontramos a personas que han aceptado su realidad y han decidido encontrar su sentido en esa situación. Lo mismo que Frankl en el campo de concentración, hay también presidiarios que desde su condición de tales se dedican a animar y levantar la moral de sus compañeros.
Y en los hospitales vemos enfermos incurables que se dedican a ayudar y levantar el ánimo de los otros enfermos más deprimidos.
Distintos tipos de sentido:
1.- Sentido del momento
– La vida es oportunidad que se nos presenta y ofrece gratis en todo momento. Es preciso estar con las antenas orientadas para descubrirla y poder captar las posibilidades que se nos ofrece. Nosotros tenemos que responder aceptando o negando. No siempre han de coincidir con mi gusto o mi deseo del momento, pero debemos ser responsables partiendo de mi autoconocimiento.
Puede ser una invitación que alguien me hace. Veré si me conviene o no, si es no es bueno para mí, si me da sentido, me atrae y me motiva. A continuación daré mi respuesta. Sí o no.
O puede presentárseme por la percepción de la necesidad ajena: alguien que me pide ayuda, que necesita algo de mí, nuestra escucha, parte de mi tiempo, consejo, etc. “La necesidad de otros es una oportunidad de sentido para nosotros”. Tenemos que estar alerta y no perder la oportunidad.
– Sentido de la vida como disfrute: Son muchas las ocasiones de disfrute, pero nosotros las dejamos pasar, debido al estrés, al trabajo a veces agobiante, o a otros centros de atención quizá más urgentes, pero no tan importantes. Hoy lo urgente es producir, ganar dinero… y dejamos pasar la oportunidad.
Hay muchas cosas hermosas en la vida: naturaleza, amigos, concierto, teatro, arte, lectura, relajación, silencio… Frankl afirmaba: “Yo todas las mañanas disfruto con mi tacita de café”, y tenía 90 años en plena actividad. Hay cosas sencillas y pequeñas, pero que ofrecen la posibilidad de disfrute: contemplar la vida en una pequeña planta, un cielo lleno de estrellas, un atardecer en la orilla del mar…
– Tener en cuenta la circunstancia de vida por la que estoy atravesando. Antes de tomar una decisión para cambiar mi estado de vida, tengo que ver mi situación y circunstancias del momento. Si tengo hijos pequeños, no debería tomar la decisión de hacer un largo viaje, o de dedicarme a una actividad que me exija un exceso de tiempo. Cada cosa tiene su tiempo y su lugar. Por encima de todo tenemos que ser responsables en nuestras decisiones.
2.- Sentido de la vida como tarea
Estoy en la vida para realizar mi misión, no para vivir en plena pasividad y comodidad. En cada época se me pide una misión o tarea adecuada a la situación del momento. Hay misiones que uno toma para toda la vida: sacerdocio, matrimonio, educación, pero incluso éstas pueden cambiar o realizarse de distintas maneras según sean las circunstancias del tiempo y de la situación concreta.
A veces se nos pueden presentar oportunidades inesperadas: cuidar a un amigo o ser querido enfermo, o en necesidad… oportunidades de trabajo distinto… Necesitamos estar al acecho, alerta, para descubrir y ver la oportunidad y la posibilidad, si están de acuerdo o no con mi manera de ser, o con mi preparación para realizarla, etc.
La vida me va ofreciendo de continuo distintas posibilidades de tareas a realizar. Frankl repetía que no se trata de que yo pregunte a la vida, sino que responda libre y responsablemente a las preguntas y ofertas que la vida me hace a mí. Y “nada capacita más a la persona para vencer obstáculos internos y externos que saber que tiene una tarea en la vida”.
Cuando una persona encuentra su sentido y su tarea, experimenta una mayor fortaleza, más entusiasmo e ilusión mayor vitalidad. Se es capaz de aguantar más tiempo sin sentir el cansancio, experimentar de verdad que mi vida tiene sentido.
Soy yo quien tiene que escuchar a la vida, descubrir en ella la oferta que me hace, responder libre y responsablemente. Nadie lo hará por mí como yo lo haría. Mi tarea en la vida es única.
3.- El suprasentido
¿El mundo, el cosmos, la maravilla de todo lo que está más allá de lo que conocemos, tienen sentido? ¿Qué sentido tiene la vida en su totalidad de seres vivos? ¿Qué hay detrás de todo lo que vivimos y podemos conocer? ¿Cómo apareció el mundo entero? ¿Qué hay -si es que hay algo- antes de la aparición del mundo? ¿Puede ser el caos? Muchas veces hablamos del concepto de la “nada”, pero ¿es posible que -valga la contradicción- exista la nada?
Son innumerables las preguntas que nos vienen a la mente cuando queremos profundizar en la existencia. Y las preguntas más profundas y más esenciales se nos quedan en el aire, sin posibilidad de respuesta satisfactoria. El mundo no se explica por sí mismo. De ahí la creencia, no la razón, en algo o en Alguien totalmente desconocido y distinto a nosotros, que está por encima de todo. Puede ser el Orden cósmico, lal Ética, la Sabiduría;… Para los creyentes, en la diversidad y pluralidad de creencias espirituales, es Dios.
Aceptar la realidad del sentido último o suprasentido es cuestión de fe, y todo esto influirá notablemente en la realidad de la vida de cada uno, en su modo de vivir, en sus relaciones con los demás, en sus actitudes ante el dolor y ante la muerte, en la manera de relacionarse con las personas necesitadas, y en su concepción y moralidad de la vida.
Nadie puede describir a Dios. Los cristianos podemos acercarnos a conocer cómo actúa Dios, cómo se nos manifiesta, cómo se comporta, cuál es su proyecto de vida para el ser humano, pero nadie puede llegar a conocer a Dios en su esencia real. Sin embargo, sí podemos hacer que el centro de nuestra vida sea Él. Para un cristiano Dios da sentido a todo, y podemos hacer que nuestra vida se llene de su Sentido.
Tenemos innumerables testimonios de personas que han encontrado su sentido en Dios, y en hacer consistir la esencia de su existencia en salir de sí, en darse a los demás, y en darse a Él por completo. Y tenemos el testimonio tan actual de tantas personas que son perseguidas y hasta asesinadas por dar su testimonio de fe; han vivido su fe siendo conscientes de la posibilidad de llegar al martirio y, llegado el momento, no han abjurado, sino que han asumido su muerte.
Viktor Frankl fue un creyente en Dios, como buen judío. Él leía la Sagrada Escritura, y oraba con los salmos. Él da testimonio de la actitud de tantos judíos condenados en el campo de concentración. En situación tan cruel y antihumana muchos de ellos entraban en las cámaras de exterminio final con “la frente bien alta, entonando con sus labios el canto de los salmos”. En medio de padecimientos tan horrorosos no perdían su fe, sino que se aferraban a ella y de ella recibían el consuelo, el valor y la esperanza para sus vidas.
Muchas veces Frankl nos habla directa o indirectamente del sentido último y con ejemplos nos ayuda a comprender esta realidad. En su libro “El hombre en busca del sentido último” nos habla de la desesperación de una madre que perdió a su hijo pequeño y se quedó sola con su hijo mayor que padecía graves discapacidades. Esa situación se le hacía insuperable, llegando a la conclusión que su vida ya no tenía sentido. “Cuando intentó suicidarse junto con su hijo mayor, fue él quien evitó que lo hiciera: ¡él quería vivir! Para él la vida aún tenía sentido, a pesar de su discapacidad. ¿Y por qué para la madre no? ¿Cómo podría encontrarle un sentido a su vida? ¿Cómo podíamos ayudarla nosotros a encontrar ese sentido? … me metí en la discusión, pregunté a los pacientes si un mono, utilizado en el laboratorio para desarrollar un suero para la poliomelitis, pinchándolo para ello una y otra vez, llegaría a comprender algún día la razón de su sufrimiento. Respondieron: ´por supuesto que no´; con su inteligencia limitada, no podría nunca llegar a entrar en el mundo del hombre, es decir, el único mundo en el que se puede llegar a entender el sentido de su sufrimiento. Les volví a preguntar: `¿Y qué sucede con el hombre? ¿estáis seguros de que el mundo humano es el punto final de la evolución del cosmos? ¿No podríamos concebir que hubiera aún otra dimensión, un mundo más allá del mundo de los hombres: un mundo en el que hubiera finalmente una respuesta ante la cuestión del sentido último del sufrimiento humano?`”
No podemos demostrar con la razón humana la existencia de otra dimensión, pero eso no niega su posibilidad “Que no sea conocible no tiene por qué significar que deje de ser creíble. De hecho, cuando se acaba el conocimiento, se pasa la antorcha a la fe… Que no podamos responder esta pregunta en términos intelectuales no quiere decir que no la podamos responder existencialmente” (Frankl, V. El hombre en busca del sentido último, ed. Paidos, Barcelona-Buenos Aires- México l999)
Frankl nos habla de la existencia en el ser humano de una espiritualidad inconsciente que lucha por llegar a la conciencia. Lo ha descubierto, por ejemplo, en personas no creyentes mediante su trabajo terapéutico por medio de los sueños.
El sentido último tiene relación también con el sentido del momento y con el sentido de la vida: llega a ser como un foco de luz que nos ayuda a descubrir y responder con mayor responsabilidad a las oportunidades que la vida nos va presentando en cada instante. Y es como una brújula que señala el norte y nos ayuda a descubrir y avanzar en el camino hacia el sentido. “El sentido último se manifiesta en el sentido del momento, se manifiesta en nuestro presente. En una relación con un ser superior o como algo superior imprimimos un sentido al aquí y ahora”.